Nuestro elefante en el comedor

En su última columna de "El Mercurio", Claudio Pizarro reflexiona acerca de la crisis educativa en Chile, un problema que hay que abordar con urgencia, y que también necesita un rol protagónico de las empresas.

Fecha Publicación

Noviembre 14, 2022
El Imacec de agosto fue cero y el de septiembre cayó 0,4%. Anuncian lo que nos espera de aquí en adelante, ya que para el cierre de este año, y para el 2023, la actividad económica caerá. A esto se suma una inflación alta, con una estimación de 6% para el próximo año, el doble de lo que tuvimos por largo tiempo. Nada bueno para nadie, en especial para los más vulnerables, los que tienen menor calificación. Será un año muy duro y, dado el contexto externo -guerras, crisis de la democracia, conflictos geopolíticos-, se prolongará varios años.
A esto se suma un proceso de transformación digital en marcha, cada vez más acelerado y profundo, tecnológico y cultural.
CRISIS EDUCATIVA
Para responder a las exigencias que impone este contexto de cambio, las empresas requerirán profesionales y trabajadores muy calificados, y el mercado no ofrecerá suficientes alternativas. Profundizado por la pandemia, nuestra educación escolar sufre daños estructurales, lo que se evidencia en que “la crisis educativa en América Latina y el Caribe coloca a la región en el segundo peor lugar a nivel mundial” (Banco Mundial – Unesco, 2022). En Chile, el 96% de los estudiantes de 1° básico no conoce las letras del abecedario y los alumnos de prebásica conocen un 20% menos de palabras que hace cuatro años (Universidad de los Andes, 2022).

Lo anterior es muy grave, ya que los profundos problemas de productividad que evidencia el país por ya largos años solo se acrecientan a futuro. Mientras no pongamos foco en la educación preescolar y escolar, el país, a través de sus empresas, no será capaz de mejorar su productividad y, de esta forma, competir en mercados globales. Necesitamos más y mejores profesionales y trabajadores, necesitamos mejorar la educación, porque sin un capital humano fuerte, este país y sus empresas solo pierden en la cancha de la competencia global.

Y no solo se trata de competir, sino también de cohesión social. Para trabajar juntos necesitamos confiar, y ya sabemos que esa es una espina muy dolorosa que nos molesta e inhabilita cada día. La buena educación nos ayuda a no refugiarnos en nuestro grupo de referencia.

La invitación es a trabajar en lo que resta de esta década en proyectos-país, donde las empresas colaboren para fortalecer la educación preescolar y escolar pública, porque, de lo contrario, la sostenibilidad de su negocio está en entredicho. Lo necesitamos aquí y ahora, y nadie se puede restar. Un poco de Kant y su filosofía de educación en las decisiones estratégicas ayudaría.

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